Estupidez Concienzuda

Carlo Cipolla

El papel de los estúpidos en nuestras empresas es verdaderamente relevante, aunque su influencia pueda tener diferentes niveles de intensidad. Muchos estúpidos causan daños menores, pero otros son capaces de ocasionan autenticas catástrofes, tanto para el negocio como para las personas que trabajan con ellos.

La capacidad de una persona estúpida para dañar a personas y organizaciones depende de tres factores fundamentales:

  • El tipo de estupidez que presenta
  • Su nivel de intensidad
  • Y finalmente, el grado de poder/autoridad que tiene el estúpido dentro de la organización

Pero… ¿qué es lo que hace que la estupidez pueda tener un poder tan destructivo? Pues que es imprevisible. Lo cierto es que las personas razonables (digamos que medianamente inteligentes) suelen ser incapaces de entender e imaginar el comportamiento de los estúpidos. Es cierto que los malvados son igualmente peligrosos en el mundo de la empresa (y en la vida…), pero al menos suelen tener un comportamiento previsible y racional, aunque sea dentro de un modelo mental enfermizo y perverso. En definitiva la gran diferencia entre malvados y estúpidos es que es más sencillo prever el comportamiento de los primeros que el de los segundos, y por lo tanto, es más fácil estar alerta ante ellos.

Frente a los estúpidos no hay nada que hacer, estamos absolutamente desarmados, ya que la irracionalidad de sus ataques siempre nos coge por sorpresa, y sin posibilidad alguna de defensa o contraataque. Como decía Martin Luther King, “nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda”.

Pero además, los estúpidos tienen otra característica sorprendente: ignoran que son estúpidos. Quizás sea esto lo que hace que sean tan sumamente peligrosos.

Me pregunto: ¿habrá más estúpidos en las empresas que fracasan que en las que tienen éxito? Habría que estudiarlo seriamente, pero intuyo que no. Posiblemente la diferencia se encuentre en el número de estúpidos con autoridad y poder…

Me asalta la duda: ¿seré estúpido?

27 comentarios en “Estupidez Concienzuda

  1. Probablemente todos somos estúpidos en cierta medida o, al menos, en ciertos aspectos. Como dice Scott Adams, el genial autor de Dilbert, «todo el mundo es imbécil».
    Lo que marca las diferencias es probablemente el grado de imbecilidad/estupidez y, como bien apuntas en la entrada, lo a conciencia que la practiquemos. O sea, que en términos prácticos llamamos estúpidos sólo a los que se «despuntan».
    El problema es también el impacto relativo. Un estúpido concienzudo puede hacer mucho más daño a una organización que el bien que son capaces de hacer decenas de personas no estúpidas.

    • Hola José Miguel, efectivamente todos somos estúpidos en algún momento, la diferencia es el tiempo y la intensidad de nuestra estupidez. Me ha gustado eso de que sólo llamamos estúpidos a los que despuntan (jejeje).

  2. Buenos días Juan,

    Todos en algún momento somos ignorantes en algún aspecto o tarea pero la diferencia es que unos cuantos lo asumimos y nos ponemos a trabajar para remediarlo y otros muchos lo disimulan sin hacer nada al respecto.

    Los estúpidos pueden estar en cualquier nivel y al no ser concientes se les da cancha y pueden hacer que el barco vaya a pique por sus decisiones irracionales. Otra característica de este tipo de espécimen es que no atienden a razones con las opiniones disidentes de otros miembros de su equipo o de su organización.

    Saludos,

    Juan

  3. Este pensamiento nos conduce a la Ley de Clark: La estupidez extrema es indistinguible de la mala fe, con lo cual los compañeros de los «estúpidos» tienden a pensar que se actúa de mala fe.
    La otra cara de la moneda es cuando son los otros los estúpidos que piensan que hay uno – el que sabe hacer las cosas bien – el estupido que actua a las malas. Ahí es cuando crecen los problemas ya que no hablamos de un equipo con un estúpido sino un talento rodeado de estúpidos.
    Nunca en mi vida he escrito la palabra estúpido tantas veces :)

  4. Lo que a mi me parece más peligroso es la percepción engañosa que nos hace difícil ver la estupidez en los que tienen puesto, galones o marchamo de gurús.

    En la otra cara de la moneda, está también la dificultad de ver la brillantez en quienes no tienen reconocimiento de «nivel».

    Me sigue pareciendo clarividente lo que al respecto decía Séneca: «Algunos parecen grandes porque se cuenta el pedestal»

  5. A veces la estupidez es controlable, teniendo al estúpido identificado por reiterads acciones, no hay más que esperar que siga efectuandolas y asumir o tomar decisiones en cuanto a como tratarlo, pero ya te lo imaginas.

    En la empresa y mientras la estupidez no se encuentre en la cabeza, se puede perfectamente convivir con ella, de hecho lo hacemos a diario por nuestro grado mayor o menor de estupidez. Además, hay mandos internmedios que traducen a la perfección la estupidez del que manda, hacia los ejecutores del día a día. Los considero los evangelizadores y salvadores de la empresa.
    Un saludo,

    Luis

    • Hola Luis, cierto: es difícil convivir con la estupidez desde abajo.

      Respecto a los intermediarios de la estupidez, hace tiempo se comentó el tema de la obediencia a la autoridad (y el famoso experimento de Migram).

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  7. Buen post, Juan:

    Tu que eres una fuente de conocimiento con piernas, recordarás la frase del gran sabio del siglo XX: “Sólo tengo dos certezas: La inmensidad del universo, y la estupidez humana; y de la primera no estoy seguro”.

    La estupidez es al hombre, como el lápiz al papel. Creo que la evolución aún está lejos de dar por concluida su tarea en ese aspecto. Por ello, honestamente, creo que todos nosotros albergamos una porción de estupidez en mayor menor medida. Pero en sí mismo, eso no es lo preocupante. Es la maldad humana, enjaezada a lomos del poder, la que elimina el pudor de ser o parecer estúpidos ante los demás.

    La maldad impone y el poder desinhibe, y entonces afloran los comportamientos absurdos, la ilógica, el capricho, la necedad. Ha nacido el psicópata laboral. Líbrennos los cielos de caer bajo el yugo de de esas criaturas.

    Lo dicho: no me preocupa la estupidez del necio, sino la necedad del listo (que no del inteligente; no confundir).

    Un abrazo.

    Fran Romero
    Fuerza y Valor

  8. También es curioso ver a los seguidores de los estúpidos, es decir, los que hacen lo que se le dice, solo porque se lo dice el que lo dice, y de estos también hay unos cuantos por cada estúpido con galones. Saben que no tiene mucho sentido lo que le acaban de mandar, pero…no preguntan, no dan su opinión y acaban siendo los ejecutores de las estupideces, se podría llamar “una cadena de estupidez”.

  9. … y no os olvidéis de los principios de Pitt, de Peter y de Dilbert; con éstos y las leyes fundamentales de la estupidez del «professore» queda perfectamente dibujado el paisanaje de muchas organizaciones actuales.

  10. En primer lugar, gracias por el artículo, realmente es un tema para debatir mucho tiempo.
    y Alberto Barbero, me ha encantado la frase de Seneca :)

    Creo que como los pueblos (aldeas) en todas las empresas hay recursos para mantener un tonto del pueblo. Pero, a diferencia de en estas comunidades en la empresa muchas veces no está tan definido el rol. Y eso hace que no se sepa cuantos hay ni cuántos serán capaces de mantener.
    Se supone que los procesos de selección están para evitar su entrada, pero ¿Realmente los propietarios o CEO’s de las empresas saben algo de selección, le dan la importancia adecuada a la evaluación? pero hay más.
    Hay una frase árabe que salia en las agendas esas de papel de la era predigital, que decía: «a un perro con dinero se le llama señor perro» Aplicable también en este caso, en la forma: «a un estúpido con dinero se le llama señor..» Cuantos estúpidos entran en las empresas simplemente por que se pueden permitir pagar los requisitos «de prestigio» que se requieren para entrar en las empresas en lugar de los valores personales. Me acuerdo… debe ser un perfil que tenga un master de prestigio, que haya trabajado en empresas de prestigio, con ropa de prestigio, … Todo eso se compra. Al final todo es el mísmo circulo vicioso de endogamia clasista sin ningún interés por el valor personal. Así que entre todo esos también entran listos de prestigio y tontos de prestigio, que más da.
    Recuerdo cuando en un país, y en una empresa, (no España) me comentaban que veían no solamente que estudios tenían los candidatos, sino cómo habían conseguido pagárselos, teniendo más valor aquellos candidatos que llevaban financíandose por si mismos desde los 18 años. Pocos estúpidos lo consiguen, pero pagar un master muchos.
    En fín, al final vienen las crisis y parece que como un vendabal de otoño, limpia algunas organizaciones ya que la falta de recursos reduce el límite de tolerancia a la estupidez que puede mantener.
    Aunque eso no es una ley universal y en las gestionadas por estúpidos puede ocurrir al revés, y se elimine el talento.
    Si, da que pensar este artículo, si. Gracias pues.

  11. Me ha encantado la entrada, realmente lo único que no para de crecer en este mundoes el numero de estúpidos. En articulo que publicó Javier marias, hace unos años, se le criticó mucho por que decia que este pais tenia cada dia más estúpidos y aclaraba lo que la real academia definia como tal,..se conoce como estúpido toda aquella persona que no sabe y no desea aprender.
    Un saludo.

  12. Saint Exupery dijo que todo el mundo está dispuesto a seguir a un hombre que sabe a donde va.

    Habría que matizar y decir: parece saber a donde va.

    ¿Y cuando este hombre tienen estupidez concienzuda?

    Pues, que como el flautista de Hamelin, tiene muchos seguidores.

    Aunque hay otro caso, el del estúpido seguidor que podría pensar: «yo no soy ningún estúpido, nadie me sigue».

  13. Sobre algunos modos emotivoconductuales
    de comprender la estupidez y de ser felices,
    según la psicóloga Paz Torrabadella

    Por José Miguel Pueyo, psicoanalista

    Con la que está cayendo quién se atrevería a decir que «coleccionamos excusas para sentirnos infelices». Por sorprendente que pueda parecer no se trata de un gazapo, pues sin necesidad de entrar en más detalles, esa consideración aparece en dos ocasiones, una en la cabecera y otra en el cuerpo de la entrevista que la periodista Ima Sanchís, hizo a la psicóloga Paz Torrabadella. (La Contra. La Vanguardía, jueves 10 de marzo de 2011), con ocasión de la publicación de su libro Estupidez emocional. Editorial Vía libro. Barcelona: 2011.

    Sabido es que las excusas son esos razonamientos con los que uno intenta justificar y en ocasiones protegerse de algunos comportamientos como inclinaciones reprobables, fallos o errores. A juzgar por lo que leo en el libro de esta psicóloga, lo que no se conoce tan bien es que la generalización suele enmarañar el problema que se pretende despejar, y que como en otros asuntos también en éste conviene dejar al margen la ideología así como conocer los aspectos fundamentales de la naturaleza del sujeto humano. Tampoco es aconsejable pasar por alto que muchas personas no se quejan en vano; que existen verdades sin cuento como la prevaricación y el latrocinio, las masacres en los países árabes, el abuso de niños por gentes de la iglesia, y que un atentado terrorista deja paso a un tsunami, etc, etc., aspectos que sin duda Paz Torrabadella conoce, pero que en un asunto como el que trata no conviene obviar, y así es también respecto a las distintas varas de medir a la hora de calibrar los daños.

    Quizá la explicación a algunas de las ideas que recoge este libro haya que buscarlas en el pensamiento del que parece ser uno de los maestros de la autora, Albert Ellis, fundador, junto con Aaron Beck, de la psicología cognitivo conductual, y creador él mismo de una de las terapias que se ofertan en el mercado de la salud mental y del llamado desarrollo personal, la Terapia Racional Emotivoconductual (TREC). Podría ser así porque contra el «debería haber hecho esto o aquello, y como no lo hice me excuso», todo indica que entiende que lo racional y positivo sería decir «acepto que no lo hice, pero aun tengo tiempo de hacerlo, y debo pensar que en realidad no lo necesito para estar contento y satisfecho». Se trata de un programa que tiene su fundamento teórico en uno de los conceptos mayores de la psicoterapia de ese clínico estadounidense, la «terribilitis», esto es, la creencia de que los padecimientos de una persona, desde la ansiedad hasta la depresión pasando por las obsesiones, la inseguridad y la insatisfacción, obedecen a que esa persona «terrabiliza». Según Albert Ellis, enfermamos, sufrimos o nos comportamos estúpidamente por la tendencia a valorar las cosas que nos suceden como terribles, así como porque no conocemos su verdadero alcance y, sobre todo, porque no aceptamos nuestros errores y gastamos toda nuestra energía en excusarnos. El tratamiento, en buena lógica con esas conjeturas, consiste en persuadir al paciente mediante razonamientos que lo mejor que puede hacer para resolver sus inquietudes o las conductas estúpidas es no ponerse nervioso, tener calma, mantener la tranquilidad frente a toda adversidad, entender, en suma, que nada es demasiado terrible, y, por supuesto, que lejos de negar las debilidades debe aceptarlas, pues en la aceptación está la clave de la resolución de los problemas. Esta idea central del tratamiento racional emotivo conductual no deja de ser lógica, pero también antigua y como se habrá advertido muy elemental; y, en realidad, no estaría mal si pudiera resolver algo más que lo que el sentido común o la persuasión resuelven, que como se conoce es muy poco. Resumiendo, no negar lo que nos sucede, conocerlo racionalmente y aceptarlo, aunque puede ser un buen comienzo, no es suficiente; y el camino, a diferencia de lo que propone Paz Torrabadella, no es acoger las cosas con humor, el autocontrol emotivo-racional y menos aun esperar de los otros una intuición clarificadora.

    La época y la cultura, así como la idiosincrasia de las personas tienen un papel relevante en el momento de calificar de estúpido a algo o a alguien. Se trata de un capítulo básico y esencial cuyo desarrollo se echa en falta en este libro, lo que impide al lector reconocer la luz que aporta a la estupidez, a las excusas y a la felicidad los estudios históricos y transculturales. Hubiese bastado tan sólo una nota sobre la estupidez según las épocas, así como indicar que existen excusas de muy distintas clases, y, en fin, que esa palabra recoge acepciones que hablan del comportamiento humano no sólo en diferentes momentos de la historia sino también en distintas épocas de la vida de una persona, para dar un tono de realidad a este trabajo. Y no menos meritorio habría sido indicar que no es habitual provocarse los síntomas de una enfermedad, lo que se conoce como Síndrome de Munchausen, y que las personas no suelen ir simulando dolencias para obtener algún beneficio como evitar un trabajo o conseguir una compensación económica; tanto más porque en los tiempos actuales, aunque quizá no menos que en otros, las desgracias y los padecimientos aparecen sin necesidad de que uno se los provoque.
    Como dice Paz Torrabadella la vida tiene una dosis de sufrimiento. Lo que elude es que en eso repite a Freud; y no está acertada cuando afirma que el sufrimiento se encuentra en la enfermedad y en la muerte. Como antes fue la psicopatología, ahora es la clínica diferencial la que enseña, cierto es que de la mano de Freud, que no todo en el síntoma neurótico es sufrimiento. El síntoma neurótico es bifásico, ya que la cara consciente, que corresponde al sufrimiento, no es sin cara la inconsciente, que corresponde a lo que llamamos goce porque remite al perdido en la infancia y reencontrado en el retorno de lo reprimido que es el síntoma. En cuanto a la muerte, baste indicar aquí que para muchos constituye una liberación del sufrimiento; y que se la puede buscar, todavía hoy, por aquello que promete la religión del Libro: el goce absoluto y eterno.

    El lector de este libro sin duda hubiera agradecido otro de los factores que habría arrojado luz a las cuestiones que plantea, como es que ante la insatisfacción que caracteriza al deseo y otros avatares de la naturaleza humana, lo que desde hace muchos siglos y aun milenios hacen las personas es procurarse algún lenitivo, esto es, un objeto-excusa-justificación para soportar la vida, como se dice, y hoy más que nunca para suturar la herida narcisista que muchos tuvimos la suerte de sufrir en la más tierna infancia. La expresión «Si Dios no existiera habría que crearlo» denuncia la precariedad, también emocional, del hombre, así como lo que tenemos en común con nuestros congéneres. Trátase de una falta estructural que se manifiesta en la salud tanto como en la enfermedad, pues es la causa de la insatisfacción que caracteriza al deseo, el gran y auténtico motor de cuanto existe. La falta por la que vive el deseo explica la necesidad de lenitivos, los cuales constituyen tentativas imaginarias, como acabo de indicar, para suturar la herida narcisista que supuso la separación del alienante abrazo materno y la pérdida de la primera experiencia de satisfacción. Entonces, la fórmula «Coleccionamos excusas para sentirnos infelices», podría ser transformada en «Coleccionamos excusas para sentirnos felices», puesto que todos buscamos excusas, esto es, paliativos y apoyaturas para poder vivir la vida que nos ha tocado en suerte. Eso es lo único que a los humanos nos está permitido encontrar; aunque hay excusas y excusas hay, como dice el poeta y quien no lo es tanto. En otros términos, lo que coleccionamos son excusas, sí, pero en el sentido de que en la realidad no existe otra cosa, ya que está conformada por objetos imaginarios. Mientras que sólo el amor-pasión nos hace creer que algo de la realidad es lo Real del goce perdido. Es al lugar de la falta, al lugar vacante del objeto que perdimos en el tiempo lógico del complejo de Edipo, conocido desde Lacan como objeto a, un objeto perdido para siempre y que por esa razón se constituye en causa del deseo, que vienen las excusas de todo tipo y los objetos imaginarios, o sea, las satisfacciones sustitutivas de lo perdido. He aquí, en la realidad, bien plantadas las aficiones, el arte, el amor por esto o aquello, las gratificantes relaciones sociales, el ansia de tener más dinero, o ser mejor en esto y aquello, la religión, una ideología política, etc, etc., objetos, discursos y personas que nos reconfortan de la insatisfacción del deseo y de la herida narcisista. En fin, son estos y otros objetos los que nos hacen creer que estamos más plenos, con ellos nos imaginamos más satisfechos y más realizados, más felices, nos sentimos mejor, como habitualmente se dice. Sin embargo, algunas personas sufren sin saber que sufren la verdad. Son aquellos que no quieren más excusas, que aborrecen los objetos imaginarios. Es como si supieran que los objetos de la realidad son sustitutos del perdido para siempre; y al no aceptar el trueque se desvinculan de la realidad, pues para ellos esos objetos han perdido el brillo que habitualmente sugestiona, podríamos decir que engaña o engatusa al sujeto supuesto normal. Es, pues, en estos casos cuando la pretendida excusa «todo es una mierda» se revela con toda su rotunda verdad estructural. En este punto tal vez habría que indicar que el psicoanálisis no es una terapia revolucionaria sino una cura subversiva, tan subversiva como lo es el sujeto humano respecto al medio sujeto de la psicología cognitivo conductual por agotarlo en el yo consciente; y que tampoco es un tratamiento de la adaptación a la realidad o de la sublimación, pues el psicoanálisis renuncia a ese engaño al entender que la única y auténtica vía de liberación emocional es revelar de qué se queja en verdad la persona que nos pide ayuda para su malestar. Por consiguiente, la estupidez emocional no es la causa del sufrimiento, como pretende esta psicóloga, sino un efecto más de la conformación de la subjetividad en la historia familiar.

    En la línea de los libros de autoayuda, el que hoy sucintamente comento promete presentarnos lo que necesitamos para protegernos de la estupidez y superarla. Sin embargo, si algo queda claro en ese trabajo es la fe de la autora en esa mitad del sujeto humano que, como acabo de apuntar, es el yo consciente, así como en la persuasión racional como procedimiento terapéutico. Obviar las causas inconscientes de los problemas de las personas a las que se pretende ayudar, la formación de los síntomas y su función, es, desde el punto de vista del psicoanálisis, una manera como otra cualquiera de condenar a esas personas a las ataduras que les impiden progresar. Sin embargo, nada puede la racionalización de un problema psíquico contra su razón etiológica, y, por supuesto, menos aún ser consciente de cómo me siento para controlar el problema, como se nos dice siguiendo en esta ocasión una idea del creador de la terapia bioenergética y seguidor de Wilhelm Reich, Alexander Lowen, quien entendía que la felicidad era la conciencia de la propia mejora. En definitiva, compartir, poner en común temas personales con otros, puede estar bien y es lo que de ordinario ocurre alrededor de una mesa, pero lejos de ser una gran herramienta terapéutica, como nos dice Paz Torrabadella, lo que suele producir es una identificación al ideal del otro, al ideal del semejante, o nada, y sobre todo nada que tenga que ver con la verdad como causa de lo que uno es y de la razón por la que sufre. Contra la imbecilidad, la tontería y los problemas psíquicos, nada puede la intuición y la buena fe de los consejos; y es la clínica la que advierte que con esas herramientas lo desaparecido retorna habitualmente con otra forma y en cualquier momento.

    Así suele ocurrir cuando se omite que algunas personas han dicho cosas no triviales sobre el sufrimiento, la felicidad y la estupidez. En realidad, habría sido suficiente leer las tres primeras páginas de El malestar en la cultura, 1929 [1930], de Freud, para advertir que muchas de las creaciones del hombre tienen por objeto hacerle soportable los achaques de la edad, la enfermedad y la insatisfacción estructural; y tampoco hubiese estado de más recordar en este asunto el Por qué la guerra, la respuesta del primer psicoanalista a esa pregunta que el año 1932 le planteaba Albert Einstein. Estoy convencido que un paso más en esa dirección hubiera permitido comprender las razones de los límites de la persuasión cognitivo conductual contra esa pasión del yo que en ocasiones es la estupidez, así como su función, pues como construcción sintomática a la medida del goce, una persona puede encontrar en ella un resguardo contra lo siniestro, no por ello menos familiar. Y advertir también que si la estupidez es una excusa lo es justamente porque excusa a una persona de toda responsabilidad, función que, por lo mismo, imprime un carácter diabólico a la repetición. Freud decía que no había nada más caro que la enfermedad y la estupidez. Así es, entre otros motivos, porque la estupidez introduce la ideología en el tratamiento, factor que no sólo obstaculiza la curación de una determinada persona al alejarla de su verdad, ya que paralelamente suele producir daños en ocasiones irreparables a la inteligencia.

    Girona – Madrid, marzo 2011

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